Blinken y Xi Jinping (consultorio de fisioterapia, junio de 2023)

Las relaciones entre Estados Unidos y China atraviesan, desde hace tiempo, uno de los momentos más bajos desde su reactivación en 1979. Los escenarios de tensión y distensión se combinan para limitar las posibilidades de avances importantes entre ambas potencias.

Antony Blinken, Secretario de Estado de los Estados Unidos, el pasado mes de junio (2023) en un encuentro con el presidente chino Xi Jinping en el marco de su visita oficial a Beijing.

La última vez que un secretario de estado de los Estados Unidos visitó China fue en el año 2018. Por entonces, la nación norteamericana caminaba bajo las órdenes de Donald Trump y su política exterior estaba a cargo de Mike Pompeo. Debieron transcurrir cinco años para que un acontecimiento equivalente vuelva a ocurrir.

Al pasar la mitad de su mandato, el actual gobierno de Biden concretó el pasado 18 y 19 de junio la visita de su jefe diplomático, Antony Blinken, a Beijing. El viaje había sido programado para febrero de 2023, pero se pospuso luego de que Estados Unidos descubriera un globo espía chino sobrevolando su espacio aéreo.

Ese acontecimiento fue un capítulo más a la entumecida y tirante relación entre ambos gobiernos. China desconoció, en principio, la procedencia y finalidad de aquel artefacto considerando las acciones de Estados Unidos como “histéricas” y “absurdas”, según dichos del líder de la diplomacia china, Wang Yi.

Sin embargo, las tensiones ya tenían antecedentes. La última década de las relaciones bilaterales está marcada por una carrera comercial y geopolítica única que pone a ambos Estados en una situación de rivalidad que el resto del mundo no puede ignorar.

La guerra entre Rusia y Ucrania y el histórico conflicto por el estrecho de Taiwán actúan también como telón de fondo en el escenario actual. Podría afirmarse que ninguno de los dos gobiernos desea o está cómodo con la guerra. Sin embargo, el apoyo que los Estados Unidos brindan a Ucrania por medio de la OTAN y una medida estrechez en los lazos sino-rusos dan cuenta de los intereses estratégicos de ambas naciones.

Por otra parte, las tensiones sobre el futuro de la isla de Taiwán venían incrementándose de la mano de acusaciones cruzadas, ejercicios militares y declaraciones que estaban lejos de bajar la temperatura en una zona caliente. Ejemplo de ello, fue el incidente ocurrido a inicios de junio entre un buque norteamericano y un destructor chino, que cruzaron rutas de navegación en el estrecho y cuyas maniobras fueron consideradas inseguras o provocadoras.

Fisioterapia con bajas expectativas

En contra de lo que se podría pensar luego de la visita de Blinken a Beijing y el encuentro con los más altos funcionarios de la política exterior china y con el mismísimo Xi Jinping, las posibilidades de avances importantes en la relación están descartadas, al menos, en el mediano y corto plazo.

Las extensas reuniones del mes pasado en la sede del gobierno chino podrían ser como la primera sesión de fisioterapia de un paciente luego de una lesión importante. De manera análoga a lo que ocurre en un consultorio de este tipo, es necesaria la confianza, perder ciertos temores y recuperar movilidad para lograr los objetivos planificados.

El proceso es extenso e incluso puede ser doloroso. Bajar las expectativas puede ser conveniente y estratégico en una situación así, y es lo que parece estar ocurriendo.

El desgaste que está provocando el conflicto europeo parece recaer con mayor peso sobre el gobierno norteamericano, empeñado en apoyar a Ucrania como parte de una estrategia más amplia que involucra a la OTAN. Las sanciones unilaterales a la economía rusa parecen no alcanzar sus objetivos, puesto que el Kremlin ha visto la oportunidad de autoabastecerse y de ubicar exportaciones estratégicas por otras vías (China o India como principales compradores de energía rusa, por caso).

Si actualmente hay alguien que puede salir airoso de esta situación es China. A pesar de sus vínculos con Rusia y de las intenciones de occidente de posicionarlo como un aliado de Putin, Xi Jinping intenta construir una imagen menos evidente en cuanto al apoyo a Rusia y posicionarse como mediador en la contienda. Hasta ahora no ha tenido resultados ni avances significativos, sin embargo, es una posibilidad que no puede descartarse.

Por otra parte, el hecho de que Blinken haya remarcado la histórica postura norteamericana respecto a Taiwán al afirmar que “Estados Unidos no apoya la independencia” de la isla, también ha ayudado a bajar las expectativas de un conflicto inminente. China ve con buenos ojos estas declaraciones, pero espera que se traduzcan en acciones concretas que muestren un verdadero interés por la resolución pacífica de la controversia y el cese de las amenazas y críticas cruzadas.

Con la situación como está planteada, no estamos en condiciones de afirmar que se inicia una nueva etapa en las relaciones sinoestadounidenses. Por el contrario, primará la mantención del status quo, con matices y con ciertas perspectivas a futuro.

Oportunidades en un horizonte lejano

Bajar las expectativas para recuperar la confianza lleva tiempo, aunque puede ser una estrategia que traiga beneficios en distintos campos. Si la intención de reconstruir una relación “amistosa” entre China y Estados Unidos (como se sostuvo en las reuniones del 18 y 19 de junio) es auténtica, la oportunidad de concretar objetivos parece más realista.

El buen momento de la economía estadounidense contrasta con la desigual salida y crecimiento chino luego de las políticas de Covid cero que provocaron un desequilibrio interno tras décadas de estabilidad. Si a eso le sumamos el contexto internacional cambiante, la coordinación estratégica puede ser una salida.

Antes de la invasión rusa, el Kremlin podría haber sido un interlocutor válido en la disputa comercial sinoestadounidense. Luego de la invasión, China tiene chances de ser ese interlocutor, no ya para los Estados Unidos sino para la propia Rusia. Es decir, estamos frente a una relación con tres vértices interdependientes en distintos aspectos, sean comerciales o militares.

Si Washington logra comprender tanto a Beijing como a Moscú, podría ver a China como un potencial camino hacia el fin del conflicto, permitiéndole cierto espacio en las discusiones por la paz y la consecuente reconstrucción de posguerra. Ceder en algún punto negociable podría beneficiar las discusiones sobre otros aspectos de interés comercial, energético o climático estratégicos para el gobierno de Biden.

Para ello debe escribirse sobre lo ya escrito, una vez más. Elaborar las diferencias y buscar puntos en común. Si algo ha quedado claro, es que a nadie le sirve un deterioro mayor en las relaciones bilaterales entre China y Estados Unidos. Bajar las expectativas y reducir las tensiones está bien por ahora, siempre y cuando pueda resultar en una rehabilitación planificada a largo plazo.

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