Un Castillo sin cimientos y un laberinto sin salida para Perú
Pedro Castillo lleva un año en el poder desde julio de 2021, sin embargo, aún no ha logrado consolidar un rumbo claro ni mucho menos calmar las agitadas aguas de la política de un país en crisis
Desde el momento en que se conoció la victoria del actual presidente de Perú en 2021, su devenir político no estuvo libre de dificultades, marcado por una relativa debilidad de origen y el desafío de gobernar un país que arrastraba importantes crisis sucesorias. La campaña electoral estuvo signada por dos factores esenciales: en primer lugar, una elevada fragmentación del sistema de partidos y candidaturas, que se vio reflejada en la postulación de 18 listas de candidatos en la primera vuelta y en la que ninguno de ellos superó el 20% de los votos. Segundo, la necesidad de reconstruir la confianza con una sociedad desilusionada y un arco político local atomizado y, en parte, radicalizado.
Previo a la victoria de Castillo, entre 2016 y 2021, habían sucedido en el poder cuatro presidentes. En medio de denuncias infundadas de fraude, el candidato oriundo del departamento norteño de Cajamarca se alzó con una ajustada victoria en segunda vuelta superando a la líder de Fuerza Popular Keiko Fujimori por algo más de 44.000 votos según datos de la autoridad electoral de Perú. Si bien la victoria de Castillo podía significar un momento fundacional o reconstructivo del país y de sus instituciones, luego de un año de gobierno esto parece un sueño lejano.
Apenas asumido, Castillo debió enfrentar las duras críticas y las amenazas de vacancia por parte de los partidos opositores en el Congreso, quienes se manifestaban en contra al programa político de izquierda de Perú Libre, el partido por el cual Castillo arribó a la presidencia. La presión opositora y la carencia de una mayoría amplia en el Poder Legislativo condicionaron los primeros pasos del nuevo gobierno a punto tal de provocar la salida del premier Guido Bellido en octubre de 2021, hecho que marcó el inicio de la ruptura entre el presidente y el partido al que representaba.
La correlación de fuerzas entre el Ejecutivo y el Legislativo fue mutando: a la oposición de derecha que encarna al establishment limeño se le sumó un grupo de legisladores de la propia izquierda. Nombrar un nuevo gabinete para reemplazar al de Bellido constituyó una misión casi imposible, a pesar de la cual Castillo logró el apoyo del Congreso por un pequeño margen y un elevado costo político.
Sin embargo, los acontecimientos seguirían complicando la situación. Para María Sosa Mendoza, el gobierno de Castillo se caracteriza por ser maleable ante las presiones de la oposición y de una izquierda cada vez más alejada del poder. Su escasa convicción ideológica sumada a la debilidad institucional y la relación de fuerzas con el Congreso, conducen a Castillo a “gobernar para sobrevivir”.
Las renuncias y reemplazos de ministros, las amenazas de destitución y las denuncias al presidente se han hecho tristemente habituales y con cifras récord. En un año de gobierno han pasado cuatro gabinetes distintos en los que participaron 59 ministros y ministras, siendo el Ministerio de Interior la cartera más volátil con siete titulares diferentes. La oposición en el Congreso ya ha intentado, sin éxito, destituir a Castillo en dos ocasiones aplicando una moción de vacancia por incapacidad moral, mientras que la Fiscalía General ha iniciado cinco investigaciones por supuestos hechos de corrupción.
A todo ello debe sumarse el malestar social de las bases políticas de Castillo. Sus votantes del 2021 siguen sin encontrar respuesta a sus reclamos y sectores organizados han encarado protestas y manifestaciones masivas en distintas regiones. La imagen del gobierno, que nunca fue demasiado alta. sigue cayendo de manera sostenida y sólo un 19% aprueba su gestión frente a un 71% que la rechaza.
A pesar de las dificultades, el gobierno parece no reaccionar. No hay señales de cambio en la política nacional ni hechos que ayuden a pensar una salida inmediata y mucho menos consensuada a la crisis generalizada. Hasta ahora todo parece indicar que Castillo se mantiene en un precario equilibrio favorecido por una derecha que no consigue los votos necesarios para su vacancia y una estrategia de supervivencia que no permite consolidar un programa político sólido y estable en el tiempo.