El juego que Kim nunca dejó de jugar
Corea del Norte ha vuelto a las primeras planas del mundo en los últimos días por intensificar sus acciones militares en un contexto que su gobierno considera hostil. ¿Nuevas estrategias o más de lo mismo?
En Corea del Norte se respira desconfianza y reticencia con todo aquello que signifique una amenaza al régimen de Kim Jong-un. En otras palabras, quien desconfía —y a veces con razón— es el propio Kim.
Durante las últimas semanas la península coreana fue el escenario de momentos de tensión y acciones militares en muchos sentidos. Comenzando por los ejercicios conjuntos de las flotas surcoreanas con la armada estadounidense, las aguas cercanas a las Coreas fueron testigo de un despliegue sin precedentes.
Esta acción fue leída como una provocación por parte de Piongyang, cuya respuesta no tardó en hacerse notar. El 2 de noviembre último, Corea del Norte lanzó 23 misiles tierra aire de corto alcance sobre las costas este y oeste, según informaron autoridades del Estado Mayor Conjunto de Corea del Sur; información que la KCNA, agencia oficial del Norte, ratificó.
Los lanzamientos, por primera vez, atravesaron la línea del paralelo 38° que demarca el límite entre ambas regiones de la península coreana, conocida, en el sur, como Línea Límite Norte. Se estima que algunos proyectiles cayeron aproximadamente a 160 km del condado de Ulleung, Corea del Sur.
Seúl, por su parte, consideró la situación como una acción inaceptable. Respondió poniendo en acción aviones de combate que lanzaron también tres misiles aire-tierra hacia el norte de la Línea Límite Norte como medida de réplica.
No existe el “loco” de los cohetes
Las acciones norcoreanas no son una novedad en este contexto. Siempre que Corea del Norte recurrió a los lanzamientos de misiles lo ha hecho con un objetivo claro. Y aunque algunos puedan pensar en lo arriesgado e irracional de las acciones de Kim Jong-un, no son más que una muestra de estrategia calculada.
Lo que se suele tildar de locura no es tal (o al menos no en el sentido en el que comúnmente nos referimos a ello). Si pensamos que el principal problema de Corea del Norte no es Estados Unidos, ni Corea del Sur, ni Japón o alguna otra potencia, nos vemos obligados a buscar respuesta en otros sitios.
Una concepción de sentido común nos conduce a reflexionar en que, si el problema no está afuera, es porque debemos buscarlo dentro. Así, el problema de Corea del Norte es ella misma. Pero esto no porque Corea del Norte esté mal, sino porque a lo largo de décadas ha decidido jugar un juego del que ya no puede salir.
¿Qué clase de juego es este? La respuesta es clara: un juego en el que el premio o el incentivo es la supervivencia.
Y es que, en mayor o menor medida, sobrevivir ha sido el objetivo primordial para el régimen de los Kim desde hace décadas. En esa lucha por la supervivencia, hay una estrategia que el actual líder supremo pone en marcha de manera reiterada y que, en última instancia, se traduce en la amenaza de la destrucción masiva.
Para decirlo con claridad, la escena podría resumirse de este modo. El vecindario en el que se encuentra Corea del Norte le resulta muchas veces adverso (Corea del Sur y Japón son sus principales amenazas; mientras que China observa con prudente distancia). En segundo lugar, se debate con un antagonista que es potencia global militar: Estados Unidos. Tercero, la capacidad defensiva y militar de Piongyang es por demás limitada frente a sus potenciales contendientes.
¿Cómo jugar un juego donde Corea del Norte trae las de perder, y sin embargo parece lograr su objetivo? Una respuesta posible: chantaje y amenaza. Este es el activo de Kim Jong-un. La amenaza debe ser creíble, verosímil; algo que hasta ahora ha funcionado a fuerza de misiles y ensayos nucleares. Cabría incluso pensar, en el contexto actual, la posibilidad de reactivar este tipo de pruebas luego de algunos años de relativo “silencio atómico.”
Parte del éxito de la estrategia tiene que ver con el misterio y hermetismo que encierra al país. Existe un verdadero relato y simbología en torno a lo que el líder supremo piensa y lo que ocurre fronteras adentro, como así también sobre lo que podría llegar a suceder frente a una amenaza real o —incluso— frente a la ira de Kim.
Ante ello, y sumado a la característica reiterativa de la estrategia, salir del juego es cada vez más difícil. Podríamos deducir que esta nunca será una opción, pues abandonar significa la derrota; algo que el heredero de una dinastía con halos de deidad no puede permitirse.
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