Un ¿freno? a la extrema derecha en España
España, como buena parte de Europa, ha visto el ascenso de la derecha radical durante los últimos años. Las múltiples crisis, el desencanto con la política tradicional y con los progresismos, combinado con una cuota de resentimiento, han sido las bases de estos procesos. Días atrás, España les ha puesto un freno
Las elecciones nacionales del pasado 23 de julio en España se celebraron en un marco bastante atípico. Luego de la derrota oficialista en los comicios locales y autonómicos de fines de mayo, el gobierno nacional liderado por Pedro Sánchez (PSOE) decidió adelantar las elecciones generales para julio. Sumado a lo inusual de la fecha y las altas temperaturas que amenazaban la participación ciudadana, la campaña electoral fue tan breve como intensa.
Hasta el momento de dar a conocer los resultados electorales todo indicaba lo que finalmente se concretó: la victoria de la derecha encabezada por el Partido Popular (PP). Lo que permanecía bajo incertidumbre era si la diferencia obtenida frente al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) le daría margen para la conformación del gobierno durante las sesiones parlamentarias destinadas a ello.
Con los resultados en mano, las dudas fueron despejadas. El PP ganó la elección, pero esta victoria tiene un sabor amargo para su candidato conservador Alberto Núñez Feijóo. Y es que el partido opositor logró sólo 136 diputados de los 176 necesarios para alcanzar la mayoría en el congreso.
Alejadas las chances de un gobierno mayoritario del PP, la opción natural es sellar los acuerdos necesarios con otras fuerzas políticas para formar un gobierno de tipo coalicional. Y aquí emerge el segundo problema para Feijóo: ¿de dónde sacar los apoyos necesarios para la investidura?
Salvo Vox, el partido de extrema derecha liderado por Santiago Abascal, no hay en esta legislatura posibles socios para el PP. El mismo Vox obtuvo algo más de 3 millones de votos, lo que redujo su peso en el congreso de los diputados: de 52 a 33 representantes. Por lo tanto, de acuerdo a los resultados del 23J, lo que era un problema (formar gobierno), se torna un imposible para la derecha española.
En este escenario, el derrotado PSOE se frota las manos y espera su momento. Aunque sus líderes deben ser prudentes. Luego de perder las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo, la imagen y expectativas del PSOE llegaban alicaídas. Sin embargo, los resultados nacionales le dan algo de oxígeno.
Pedro Sánchez, con la experiencia de las negociaciones de 2019 cuando el PSOE ganaba las elecciones en aquellos momentos, ve una luz de oportunidad para volver a formar gobierno y seguir al frente de la presidencia. Cuenta con el apoyo del frente Sumar, de Yolanda Díaz Ayuso. Pero no será fácil, puesto que también necesitará de la confianza de los partidos autonómicos y regionales principalmente de Catalunya y de Euskadi.
Vox populi vox Dei
Hay razones para pensar que el electorado español le ha puesto un freno a la extrema derecha que buscaba integrar un posible gobierno del PP. También hay razones para sostener que ese freno puede que sea más precario de lo que se cree.
Es cierto, ni Vox ni Santiago Abascal están en condiciones de negociar con nadie para integrar ningún gobierno a nivel nacional. Como vimos, la aritmética electoral no ha sido suficiente para la oposición al PSOE. Esto fue celebrado como una victoria por Sánchez, Díaz Ayuso y el resto de los espacios progresistas y de izquierda.
A menos que Sánchez no consiga los apoyos necesarios en las semanas que corren y que una posible nueva elección cambie las cosas, no habrá gobierno de derechas en España. Sin embargo, no hay espacio para remolones ni distraídos.
En mayo pasado, Vox había conseguido grandes avances locales al acordar con el PP sobre el gobierno de regiones y ciudades estratégicas. Llegaba a la contienda nacional con cierto impulso y euforia. La misma euforia (aunque en sentido negativo) con que Abascal descargó su enojo la noche del 23J al conocerse los resultados del escrutinio que le daban una derrota casi inesperada.
En parte podría decirse que Vox fue el gran perdedor. Pero un perdedor que está en proceso de consolidar un piso electoral interesante (3 millones de votos); y al que además le fue usurpado cierto espacio discursivo.
Durante las intensas semanas de la campaña electoral, Núñez Feijóo se hizo eco y se apropió de un estilo fuertemente confrontativo con el gobierno. El radicalizado líder del PP no titubeó en acusar a Sánchez de gobernar con los “enemigos de España”, refiriéndose a la alianza con partidos independentistas como Esquerra Republicana de Catalunya o Bildu. Digamos que, en cierto modo, el líder del PP comenzó a moverse por el terreno de Abascal.
La estrategia electoral fue efectiva: el PP aumentó su caudal de votos mediante ese tipo de discursos; pero lo hizo a costas de su único y potencial aliado. Tal vez con cierto fundamento sea Vox quien ahora le reproche la derrota.
Lo que quizás deba quedar claro es que el freno a la derecha radical es y al mismo tiempo no es tal cosa. Vox y Abascal son la cara de la derrota, claro. Sin embargo, el frente reaccionario (y su electorado) aún permanece en alguna parte bajo la superficie de los candidatos y partidos. La anticorrección política podría estar difuminada más que derrotada; y eso, Sánchez debería ponerlo en la primera línea del epílogo del 23J.
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Permítanme una recomendación
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Pablo Stefanoni pone en tensión la idea de una victoria amarga de la derecha y una derrota dulce de los progresistas, con una mirada precisa y comentarios incisivos. La izquierda española frena la ola reaccionaria.
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