Adiós a la energía nuclear en Alemania, ¿bienvenido el carbón?
El pasado 15 de abril, Alemania desconectó las últimas tres centrales nucleares que permanecían activas. Una victoria para “los verdes”, una catástrofe para los conservadores y un desafío para el gobierno de cara al abastecimiento energético.
Desde la década de 1960 Alemania comenzó a desarrollar una fuerte política energética de la mano de la instalación de reactores nucleares. La apuesta por una energía eficiente y económica significó el funcionamiento de 33 centrales distribuidas en todo el país para el año 1976.
Diez años más tarde, en 1986, se produjo la catástrofe de Chernóbil. Sus efectos impactaron directamente en Alemania. La nube radioactiva generó lluvias tóxicas que arruinaron cultivos y espacios naturales, lo que bastó para poner en duda la conveniencia de la energía nuclear en el país. Esta situación significó un punto de inflexión que aceleró el cierre de 14 centrales.
El rechazo social comenzó a amplificarse y surgieron los llamados movimientos antinucleares, cuna del partido Verde (actualmente parte de la coalición de gobierno). Tras décadas de manifestaciones y reclamos, los distintos gobiernos han ido avanzando hacia la desnuclearización de la energía. Si en los 70 la energía atómica representaba el 20% de la producción total, en marzo de 2023 ese porcentaje se había reducido al 5%.
En medio de este proceso ocurrió otro acontecimiento que aceleró los plazos del plan. En el año 2011, un terremoto de magnitud 9 sacudió a Japón. El movimiento telúrico provocó un tsunami que azotó las costas de la isla e impactó en la central de Fukushima Daiichi, inundando sus instalaciones y provocando un accidente nuclear de nivel 7 (accidente grave) en la Escala Internacional de Sucesos Nucleares y Radiológicos.
En su momento, el gobierno de la canciller Angela Merkel decidió abandonar definitivamente la energía nuclear y ese año fueron cerrados 8 reactores y se indicó el mes de diciembre de 2022 como fecha límite para el cierre de los 3 restantes.
Transición energética en un mundo en reconfiguración
Las seis décadas de reclamos de buena parte de la sociedad alemana para acabar con la energía nuclear dieron sus frutos el pasado 15 de abril. Sin embargo, el contexto que enmarca la política de desnuclearización no es el mismo, ni siquiera, que el de hace diez o cinco años atrás.
Cuando el gobierno de Merkel puso fecha al cierre de las últimas centrales para fines de 2022, no estaba en los planes ni en las hipótesis más arriesgadas la posibilidad de un conflicto bélico en las puertas de Europa. Con la guerra entre Rusia y Ucrania, el nuevo gobierno alemán del canciller Olaf Scholz debió reprogramar el cierre de las centrales Isar 2, Emsland y Neckarwestheim 2.
Las razones para ello pertenecían al orden de un posible desabastecimiento energético para la temporada de invierno 2022-2023, producto de la interrupción en la importación de gas ruso a Alemania. Incluso a día de hoy perduran las tensiones en torno a esta decisión.
La energía nuclear en Alemania es un tema que divide y polariza. Concentra cuestiones económicas, medioambientales y hasta emocionales. Los sectores más conservadores sostienen que el gobierno está preso de los dogmas del Partido Verde y que abandonar las centrales atómicas sólo aumentará la dependencia de las energías fósiles altamente contaminantes como el carbón o el petróleo.
Para los sectores de izquierda y los pertenecientes al movimiento verde, mantener las centrales nucleares es contraproducente en, al menos, dos sentidos. En primer lugar, representan un riesgo latente ante la amenaza de un accidente como ocurrió en Chernóbil o en Fukushima. En segundo término, los costos de mantención y operatividad son altamente superiores a los que derivan de los parques eólicos y solares.
Las previsiones del gobierno estiman que para 2030 el 80% de la electricidad de Alemania tendrá origen en energías renovables, sin embargo, durante los últimos meses y a partir del conflicto bélico se produjo un efecto contrario. La proporción de energías renovables no aumentó mientras que las emisiones de CO2 tuvieron un crecimiento importante debido a la obligación de importar gas natural licuado y a emplear más carbón en lugar del gas ruso.
Lo que para los verdes es una victoria esperada por décadas, para los conservadores es una contradicción discursiva y un riesgo innecesario. El gobierno, por su parte, se enfrenta al desafío de concluir la transición hacia energías renovables y no contaminantes aún viéndose obligado a recurrir a energías fósiles como parte de ese proyecto en el corto plazo. Mientras tanto, es observado de cerca por los sectores más críticos que advierten del riesgo de desabastecimiento o aumento de precios al tiempo en que el conflicto ruso ucraniano se dilata en el tiempo.
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