Francisco. El pastor y el jefe de Estado

Un repaso por las últimas noticias referidas al Papa Francisco y la perspectiva de sus diez años al frente de la Iglesia Católica de Roma

En el último mes, el Papa Francisco ocupó buena parte de la agenda de los medios de comunicación por tres acontecimientos distintos. El 13 de marzo pasado se cumplió el décimo aniversario de su elección como líder de la Iglesia Católica, rol que asumió luego del cónclave celebrado posterior a la renuncia de su predecesor, Benedicto XVI.

En segundo lugar, preocupa el estado de su salud a los 86 años. Los últimos días de marzo los pasó internado en un hospital romano por un diagnóstico de bronquitis infecciosa que lo obligó a suspender su agenda y a realizarse una serie de estudios médicos.

Por último, hace apenas unos días, se estrenó en una conocida plataforma de streaming un film donde el Papa Francisco conversa con un grupo de jóvenes provenientes de distintos países sobre los temas que los atraviesan y preocupan. Un cara a cara en el que Francisco responde a cuestiones de fe y de la más profunda humanidad.

Amén: Francisco responde. El encuentro del Papa Francisco con jóvenes, fue estrenado el pasado 5 de abril en la plataforma Star+.

El pastor

Se sabe que quien ocupa el cargo de Pontífice es líder y custodio de la fe de más de 1.300 millones de fieles alrededor del mundo. Y eso, para nuestros tiempos, es más que un simple dato.

Durante los diez años que lleva su mandato, Francisco ha intentado dar aires nuevos a una institución de más de dos mil años y ha efectuado transformaciones que algunos evalúan como irreversibles. Dos conceptos —entre tantos otros— atraviesan especialmente su liderazgo: hacer “una Iglesia pobre y para los pobres”; y ser “pastor con olor a oveja” tal como él mismo lo expresara en numerosas oportunidades.

Esto lo ha llevado a tomar dos actitudes que podrían marcar el rumbo del papado por los próximos tiempos. Primero, abandonar la “divinidad del cargo” y, segundo, estar atento a las demandas del tiempo que vive.

Dejar la divinidad del cargo no significa restar importancia al liderazgo espiritual. Si no, como el propio Francisco lo hace, es reconocerse humano y pecador. Esto lo afirma en sus últimas entrevistas al sostener la idea de que la Iglesia es una Iglesia de pecadores y nadie —ni siquiera el Papa— tiene derecho a excluir a nadie que, con buena voluntad, quiera compartir la fe. No es revolucionario dirá; es el ejemplo de Jesús.

Tener olor a oveja se traduce como el estar entre la gente, en medio del pueblo. Es escuchar y atender a las demandas del siglo XXI. En el film Amén: Francisco responde, dialogando con jóvenes, el Papa afirma que la Iglesia se transforma y se debe transformar a medida que las culturas también lo hacen. En esto es claro, puesto que no significa derribar los dogmas de fe, sino actualizarse para responder a las nuevas necesidades.

El jefe de Estado

Así como es líder espiritual, el Pontífice tiene también a su cargo el gobierno del Estado Vaticano, una pequeña superficie territorial en el centro de Roma, pero con una extensa influencia internacional. Este rol implica gobernar hacia adentro y proyectar hacia afuera, con políticas internas y también con política exterior.

Aquí ocurre una particularidad, puesto que el liderazgo político recae sobre la misma persona que detenta el liderazgo espiritual. La relación es indisoluble, no hay una cosa sin la otra. La persona del pastor y la del gobernante son la misma y hallar la coherencia entre ambas ha de ser un desafío.

Como decisor político, Francisco también ha impulsado cambios internos. Algunos de ellos tienen que ver con la promoción de la mujer en puestos de toma de decisiones. Por poner un ejemplo, si bien la gubernatura de la Ciudad del Vaticano recae sobre un miembro de la curia, la vicegobernación suele estar a cargo de un laico. En ese sentido, este Papa ha decidido nombrar a una mujer para tal cargo, la primera en ocuparlo.

Lo mismo ocurre con el área económica. Luego de los escándalos por corrupción en el Banco Vaticano durante el papado de Benedicto XVI, Francisco ordenó una investigación y reestructuró las dependencias económicas. En 2014 creó el Consejo Económico, formado por un grupo de obispos y laicos. Entre los siete laicos expertos, fueron nombradas seis mujeres, un acontecimiento sin precedentes.

En cuanto a política internacional, las acciones del Vaticano no se entienden si se deja de lado la idea de que su diplomacia es capaz de actuar tanto en los palacios de gobierno, como de llegar a los barrios más periféricos por medio de sus Diócesis y parroquias. Además, el Papa Francisco ha sabido —no sin inconvenientes— desempeñar una verdadera diplomacia de cumbres en relación directa con líderes mundiales.

Para contextualizar esto, estamos hablando del jefe de Estado que logró acercar posturas entre Estados Unidos y Cuba en 2014; quien revalorizó las relaciones con África; pone de relieve las nuevas esclavitudes del mercado y los dramas de los migrantes; afianzó un diálogo intercultural y ecuménico; o quien denuncia sin dudar los efectos devastadores del cambio climático.

Pero si hay dos hechos que marcan su papado son la pandemia del Covid-19 y la guerra entre Rusia y Ucrania. Es posible que una de las imágenes más icónicas del último tiempo sea la del Papa Francisco hablando al mundo desde una Plaza de San Pedro completamente vacía, la tarde del 27 de marzo de 2020. Desde allí afirmó la idea de comunidad humana, al decir que “nadie se salva solo”, un mensaje de unidad para los tiempos difíciles.

La cuestión de la guerra es algo que lo ha preocupado siempre. Desde el inicio de su gobierno viene denunciando la “tercera guerra mundial en partes”. Los conflictos alrededor del mundo son, para Francisco, el resultado tanto de malas políticas como de la falta de fraternidad. Si bien admite haber dialogado con miembros del gobierno ruso y ucraniano, advierte sobre las dificultades que existen para poner fin al conflicto.

Deudas y perspectivas

Liderar espiritualmente a más de mil millones de creyentes y acompañar ese liderazgo con acciones concretas es una tarea inabarcable, aunque perfectible. Entre otras cosas, a la Iglesia se la juzga de corrupta con lo material y con lo humano. Francisco lo sabe y lo reconoce.

Cuando un joven le cuestiona la falta de acción frente a los abusos de menores perpetrados por miembros de la Iglesia, o cuando una joven le advierte sobre situaciones de exclusión y segregación por parte de sacerdotes, estamos frente a dos de los desafíos que la institución tiene por delante. Reconocer es el primer paso, accionar es el segundo.

La Iglesia tiene mecanismos para abordar estas problemáticas. En primera instancia, el Papa Francisco deja en claro su postura de tolerancia cero frente a estos hechos, aunque aún resta trabajar por derribar las barreras invisibles que dificultan la posibilidad de denunciar y aquellas que sirven para encubrir.

Las acciones no deben ser aisladas puesto que, como con toda política, corren riesgo de desvanecerse con el tiempo. El desafío es institucionalizar las respuestas y estrategias en diálogo con todos sus miembros, lo que en la Iglesia se conoce como experiencia sinodal, algo que parece ser el camino optado por Francisco y que podría ser ineludible para sus sucesores.

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