Dos meses de protestas en Irán ¿es posible hacer un balance?

Las manifestaciones realizadas a lo largo de todo el país ponen sobre la mesa los reclamos por los derechos de las mujeres, enmarcados en un pedido por el fin del régimen teocrático

Las protestas en Irán parecen convertirse en un signo de resistencia de las mujeres y de una sociedad que empieza a cuestionar algunas de las políticas del régimen teocrático

El Irán de las protestas

La pregunta por las manifestaciones y la situación de las mujeres en Irán debería ser entendida en un contexto histórico y político que se remonta a fines de la década de 1970. Y es que, en el año 1979, la victoriosa revolución islámica logró el objetivo de derrocar a la monarquía del Sha Mohammad Reza Pahlevi.

Durante el gobierno del Sha, Irán fue protagonista de lo que algunos analistas podrían mencionar como un fenómeno de occidentalización. Por aquellos años, la sociedad iraní había vivido un periodo de reconocimiento de derechos que permitía ciertas libertades, en especial para las mujeres, que resultaban en nuevas formas de vida. Sin embargo, los detractores de Reza Pahlevi sostenían la idea de que esos cambios no eran más que el resultado de la intromisión de las potencias occidentales (léase Estados Unidos) en la política interna y en la vida cotidiana de la nación.

La oposición a la monarquía abrió paso a una revuelta y proceso revolucionario que terminó por erigir un nuevo gobierno y una nueva constitución. Así, en 1979 nacía la República Islámica de Irán, liderada por el Ayatolá Jomeini.

Desde aquel momento, Irán se constituye como un Estado confesional, teocrático, que pone a la Ley Islámica como rectora de la vida social y política bajo una interpretación estricta del islam chiita. Esto ha provocado, a lo largo de más de 40 años una reconfiguración del Estado en todos sus aspectos, incluyendo el control sobre el espacio público y —como las protestas lo demuestran— también sobre muchas de las libertades individuales.

El estallido de septiembre

El 16 de septiembre pasado, luego de constatarse el fallecimiento de la joven Mahsa Amini, se desataba una ola de manifestaciones de un grado de movilización pocas veces visto en los últimos años. La joven de origen kurdo había sido detenida bajo órdenes de policía de la moral, encargada de velar por la moralidad de las costumbres del islam. El motivo de su detención fue el mal uso del Hiyab o velo, mientras que el resultado de la misma —tras recibir golpes y maltratos— fue su propia muerte.

A dos meses de aquellos acontecimientos, las movilizaciones siguen produciéndose en distintas ciudades del país. Y quizás el punto más interesante sea observar la reacción y participación de las mujeres en cada una de estas protestas. Desde marchas multitudinarias, pasando por quitarse el velo y quemarlo en público o cortarse el cabello, las mujeres iraníes han llegado a protagonizar lo que podría caracterizarse como el inicio de un movimiento que unifica distintos reclamos.

Entre las demandas expresadas, más allá del repudio ante la muerte de Mahsa Amini, se encuentra una serie de deudas ligadas a desigualdades históricas. En Irán, las mujeres no gozan del derecho a ser educadas en igualdad con los hombres; sufren desigualdades en casos de divorcios en lo que respecta a la custodia de los hijos; en términos penales, su mayoría de edad es considerada desde los 9 años, mientras que para un hombre esto ocurre desde los 15.

Con todo ello, no es casualidad que las consignas de las movilizaciones sean “Justicia, libertad y no al hiyab obligatorio”, “Mujeres, vida, libertad” o “Muerte al dictador”. En todo caso, resulta coherente el reclamo si se tiene en cuenta el estricto control estatal sobre la vida pública y privada.

Ante la replicación de las manifestaciones, la respuesta del gobierno ha ido siempre en la misma dirección: represión, amenaza y desacreditación. Esta reacción no es nueva, ya se había replicado, por ejemplo, en las protestas del año 2019 en medio de subas a los precios de los combustibles. Ahora, se estima que hubo más de 800 muertes y se cuentan alrededor de cinco condenas a muerte producto de las últimas movilizaciones (16 de noviembre de 2022).

¿Una nueva primavera árabe… y feminista?

Si bien podrían hallarse algunas similitudes con respecto a los sucesos de años atrás (dificultades económicas, malestar con las autoridades gubernamentales, pedidos de cambios a nivel del Estado y el gobierno) aún restan considerarse algunos puntos para creer que estamos frente a una nueva ola de movilizaciones como lo fue la primavera árabe una década atrás. Un factor fundamental y ausente es la inexistencia —al menos hasta ahora— de movimientos de réplica en otros países de la región, eso que podríamos llamar efecto dominó.

El carácter fuertemente local o nacional de las protestas impide pensar en un traspaso de las fronteras, aún más observando que los reclamos están nucleados y dirigidos a una clase gobernante específica. Han pasado dos meses desde las primeras reacciones y los acontecimientos han escalado en determinados momentos, sin embargo, no logran permear de manera determinante los límites de su propia geografía.

Si bien no es posible hablar de un fenómeno regional, lo novedoso es el carácter feminista de las demandas. La pregunta que deberíamos hacernos en este punto es por qué y contra qué se rebelan estos grupos de mujeres.

Parte de la respuesta la hemos adelantado: el reclamo por la muerte de una mujer, la opresión de una sociedad estructurada bajo el designio de los hombres que la conducen, la desigualdad entre hombres y mujeres, el control estatal sobre la vida privada. Son algunas de las demandas emergentes de estas semanas en Irán. Contamos con elementos para el diagnóstico, mientras tanto, los resultados sobre el éxito o fracaso de las movilizaciones deberán esperar un tiempo más; aunque todo parece indicar que, más que un cambio de gobierno, ocurrirían cambios dentro del mismo. ¿Logrará esto atender acertada y efectivamente a los reclamos?

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