La pelota no se mancha. Fútbol, mundial y política
La edición de este año no es la primera (ni será la última) en que la organización de la Copa Mundial de Fútbol de la FIFA esté envuelta en controversias de distinta índole. ¿Qué hay detrás del brillo dorado de la copa del mundo en Qatar 2022?
Ya se disputaron los primeros encuentros del mundial de fútbol de la FIFA en Qatar, uno de los eventos deportivos más importantes del mundo. El emirato catarí auspicia de anfitrión, intentando demostrar su capacidad organizativa, su preparación y poniendo a disposición toda la infraestructura necesaria para que el campeonato sea un éxito.
Sin embargo, desde la designación de Qatar como locación para esta edición, no solo se habla de deporte. En diciembre de 2010, en Suiza, la elección del comité ejecutivo de la FIFA daba por ganador a Qatar como organizadora del Mundial 2022. Con ello, Doha, la capital de esta nación del Golfo estallaba en festejos: estaban frente a un reconocimiento internacional casi consagratorio.
Por fuera, comenzaban a propagarse algunas críticas. En lo deportivo, Qatar no había participado nunca antes de un campeonato del mundo, ni siquiera es lo que podríamos llamar un país “futbolero”. Además, el clima resulta hostil para el desarrollo normal del torneo. El calor abrasador del desierto durante los meses de junio y julio (época habitual en que se realiza el mundial de fútbol) obligaría a cambiar el calendario hacia los meses de noviembre y diciembre, afectando a los cronogramas de numerosas ligas del mundo.
A ello debe sumarse que Qatar es conocido por controversias relacionadas a la explotación social y laboral, la violación a los derechos humanos, la persecución y castigo a los homosexuales y la prohibición de los partidos políticos y otras libertades civiles. Entonces, ¿qué lleva a un país como Qatar a querer ser protagonista del acontecimiento deportivo más difundido del mundo?
El mundial es político
Hay algunas razones para pensar que la postulación y posterior designación de Qatar tiene fundamentos políticos, entendiendo a estos como los modos en que se traducen las intenciones de posicionar a esta nación en el plano internacional. Qatar es una muestra clara de un país rico pero cuestionado, que intenta transformar sus recursos económicos en instrumentos de poder e influencia bajo la lógica de aumentar su prestigio con acciones como la propia organización del mundial.
En los últimos días tomó visibilidad un concepto que hace referencia específicamente a esto: el sportswashing, esto es, cuando un gobierno usa el deporte para lavar su imagen. Se trata de una estrategia empleada por algunos Estados conocidos por violar derechos humanos que buscan renovar su imagen en el plano internacional a través de su vinculación con el deporte.
Ahora bien, este no es un fenómeno aislado, sino que se inscribe en una proyección de política internacional mucho más amplia y que tiene que ver con lo que llamamos soft power o poder blando. Hay algunos puntos a tener en cuenta.
En primer lugar, Qatar sostiene su economía en la explotación y exportación de hidrocarburos: petróleo y gas natural licuado. Esto, más allá de los elevados ingresos que ponen a la nación entre las de mayor PBI per cápita, genera una fuerte dependencia difícil de superar.
Por otra parte, el Golfo Pérsico (región a la cual pertenece Qatar), ha sido a lo largo de los años una región con cierto grado de conflictividad. Incluso en la actualidad, las relaciones de Qatar con sus vecinos Arabia Saudita y Emiratos Árabes Unidos no está libre de tensiones y desconfianza.
A las dinámicas económicas y regionales debe sumarse lo que ya hemos señalado respecto a las violaciones de derechos humanos. En ese sentido, es conocido que Qatar es un país atravesado por una profunda desigualdad entre hombres y mujeres, las prohibiciones y castigos frente a la homosexualidad y la explotación laboral. Sobre este último punto, Amnistía Internacional ha sostenido que el Mundial 2022 de la FIFA será el mundial de la vergüenza, producto de las malas condiciones de trabajo de quienes participaron en la construcción de los estadios y de las infraestructuras indirectamente relacionadas a la copa del mundo.
Con todo ello, la política externa del emirato está enfocada en la proyección de un poder blando que le permita mostrar una imagen que se adapte a los estándares occidentales internacionales. Una vez más: economía, deporte y política.
En el plano económico, la organización de la copa del mundo pretende ser un trampolín hacia la diversificación de la matriz económica qatarí. Fomentar el turismo internacional, mostrarse como un país de vanguardia, seguro y con productos culturales para ofrecer parece ser una buena idea para un gobierno cuestionado por algunas naciones de occidente y otras organizaciones internacionales.
Retomando la cuestión deportiva, Qatar tiene una política de influencia sostenida hace algunos años. El dinero fresco de las millonarias exportaciones de hidrocarburos le ha permitido adquirir clubes europeos de la talla del Manchester City o el Paris Saint Germain (PSG). Esto redunda aún en mayores beneficios: el actual presidente qatarí del PSG forma parte del comité ejecutivo de la UEFA (Asociación de Fútbol Europea), logrando influenciar en las ligas europeas para que, entre otras cosas, los clubes más importantes realicen sus pretemporadas en territorio del emirato.
Si algo debería quedar claro, además de que los boicots a la edición XXII de la Copa del Mundo pasarán desapercibidos, es que Qatar ha logrado articular una política de prestigio ocupando posiciones en el plano internacional. Y esto no es más que un fenómeno político atravesado, en este caso, por el fútbol. El Estado qatarí se ha inmiscuido en una estrategia de limpieza de imagen internacional que le permite mostrarse y proyectarse hacia el mundo, disociando algunos aspectos de la realidad interna altamente cuestionados.
Tiempo de descuento
El mundial de Qatar se jugará sin sobresaltos. Habrá un campeón que se quede con la copa al final de la competencia. Festejarán los ganadores y se lamentarán quienes pierdan. Eso es parte de una historia reiterativa y que no tiene vistas de cambio. La comunidad internacional, si de hecho quiere marcar un precedente, deberá seguir de cerca los acontecimientos posteriores e incentivar cambios a favor de los derechos humanos, las libertades y la igualdad, en Qatar y en otras naciones en las mismas condiciones. Sin embargo, parece una tarea por lo menos difícil. Más allá de los cuestionamientos en el plano discursivo, el mundo del fútbol parece sobreponerse a todo y lo que hoy es cuestionado bien puede ser silenciado o abandonado al olvido con la misma rapidez con que el árbitro pite el final del último encuentro.
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